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La peor experiencia
Crónica: La amarga experiencia de un cliente con un servicio engañoso
Servicio:$80.000 /h $50.000 /30m
Después de pasar ocho años en México, volví a mi tierra natal, Colombia. Regresar era algo que anhelaba profundamente: su comida incomparable, su vibrante ambiente y, por supuesto, la calidez de sus mujeres. Sin embargo, no imaginaba que una experiencia amarga me estaría esperando, una que me llevaría a cuestionar seriamente ciertos servicios que, aunque prometen el cielo, terminan siendo un infierno.
Todo comenzó una mañana, cuando decidí contactar a unas personas que promocionaban un servicio con atractivas promesas: “trato de novios”, “experiencia inolvidable”, incluso detalles más específicos y llamativos. A las 7:00 a.m. envié mi primer mensaje, pero las respuestas no eran claras. Pasaban las horas y aún no tenía información precisa sobre el lugar del encuentro. Insistí varias veces durante el día, y finalmente me proporcionaron la dirección: un hotel ubicado cerca del estadio, en la calle 70 con 44.
Alrededor de las 7:00 p.m., me dirigí al sitio. Al llegar, tomé el ascensor hasta el piso indicado. Frente a la puerta, mi intuición comenzó a advertirme que algo no estaba bien. Al abrirse, me recibió una mujer desnuda y tatuada, la misma que en las fotos aparecía con un vestido de mallas rojas. Su actitud era todo menos profesional: malhumorada, grosera, y sin ningún intento de amabilidad, me dejó esperando en el pasillo durante al menos cinco minutos.
Mientras esperaba, llegó otra mujer. Una, rubia y aparentemente mayor, rondaba los 33 años; las otras dos estaban dentro de la habitación, parecían más jóvenes, quizá unos 20 años. Sin embargo, la actitud era la misma en todas: prepotencia, desgano y un aire de superioridad que contrastaba con lo que habían prometido. A pesar de mis dudas, decidí continuar y escogí a la mujer del vestido rojo.
Al entrar a la habitación, la decepción se hizo aún más evidente. La chica tosía constantemente, lo cual me hizo sentir incómodo desde el principio. Su olor corporal era penetrante y desagradable, como si no hubiera cuidado su higiene personal. Aún peor, el servicio que promocionaban como “excelente” resultó ser el más mediocre que he recibido. Su actitud era distante, fría, y permanecía pegada a su celular la mayor parte del tiempo. Cada intento de cercanía o interacción era respondido con quejas o gestos de desagrado.
Finalmente, el momento más incómodo llegó cuando decidí terminar antes de lo esperado. Lo que debía ser una experiencia satisfactoria terminó convirtiéndose en una lección amarga y costosa. Pagué, me fui, y prometí no volver a contratar este tipo de servicios por un buen tiempo.
Esta experiencia me deja una lección importante y una advertencia para quienes consideran contratar este tipo de servicios: no todo lo que brilla es oro. Las promesas de excelencia, lujo y atención personalizada pueden ser solo una fachada. Mi consejo es claro: investiguen bien antes de dar el paso, y no permitan que el impulso los lleve a situaciones de las que, como yo, solo saldrán con arrepentimientos.
He compartido esta historia no solo para desahogarme, sino para prevenir a otros de caer en la misma trampa. A veces, las malas experiencias son las que nos enseñan las lecciones más valiosas.

Servicio:$80.000 /h $50.000 /30m
Después de pasar ocho años en México, volví a mi tierra natal, Colombia. Regresar era algo que anhelaba profundamente: su comida incomparable, su vibrante ambiente y, por supuesto, la calidez de sus mujeres. Sin embargo, no imaginaba que una experiencia amarga me estaría esperando, una que me llevaría a cuestionar seriamente ciertos servicios que, aunque prometen el cielo, terminan siendo un infierno.
Todo comenzó una mañana, cuando decidí contactar a unas personas que promocionaban un servicio con atractivas promesas: “trato de novios”, “experiencia inolvidable”, incluso detalles más específicos y llamativos. A las 7:00 a.m. envié mi primer mensaje, pero las respuestas no eran claras. Pasaban las horas y aún no tenía información precisa sobre el lugar del encuentro. Insistí varias veces durante el día, y finalmente me proporcionaron la dirección: un hotel ubicado cerca del estadio, en la calle 70 con 44.
Alrededor de las 7:00 p.m., me dirigí al sitio. Al llegar, tomé el ascensor hasta el piso indicado. Frente a la puerta, mi intuición comenzó a advertirme que algo no estaba bien. Al abrirse, me recibió una mujer desnuda y tatuada, la misma que en las fotos aparecía con un vestido de mallas rojas. Su actitud era todo menos profesional: malhumorada, grosera, y sin ningún intento de amabilidad, me dejó esperando en el pasillo durante al menos cinco minutos.
Mientras esperaba, llegó otra mujer. Una, rubia y aparentemente mayor, rondaba los 33 años; las otras dos estaban dentro de la habitación, parecían más jóvenes, quizá unos 20 años. Sin embargo, la actitud era la misma en todas: prepotencia, desgano y un aire de superioridad que contrastaba con lo que habían prometido. A pesar de mis dudas, decidí continuar y escogí a la mujer del vestido rojo.
Al entrar a la habitación, la decepción se hizo aún más evidente. La chica tosía constantemente, lo cual me hizo sentir incómodo desde el principio. Su olor corporal era penetrante y desagradable, como si no hubiera cuidado su higiene personal. Aún peor, el servicio que promocionaban como “excelente” resultó ser el más mediocre que he recibido. Su actitud era distante, fría, y permanecía pegada a su celular la mayor parte del tiempo. Cada intento de cercanía o interacción era respondido con quejas o gestos de desagrado.
Finalmente, el momento más incómodo llegó cuando decidí terminar antes de lo esperado. Lo que debía ser una experiencia satisfactoria terminó convirtiéndose en una lección amarga y costosa. Pagué, me fui, y prometí no volver a contratar este tipo de servicios por un buen tiempo.
Esta experiencia me deja una lección importante y una advertencia para quienes consideran contratar este tipo de servicios: no todo lo que brilla es oro. Las promesas de excelencia, lujo y atención personalizada pueden ser solo una fachada. Mi consejo es claro: investiguen bien antes de dar el paso, y no permitan que el impulso los lleve a situaciones de las que, como yo, solo saldrán con arrepentimientos.
He compartido esta historia no solo para desahogarme, sino para prevenir a otros de caer en la misma trampa. A veces, las malas experiencias son las que nos enseñan las lecciones más valiosas.



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